12 de septiembre de 2013

Al final De Tu Vida

Veo tus manos ahora quietas, que poco se parecen a las que fueron. Las recuerdo de tiempos mejores, llenas de grasa cubriendo las cadenas, para que la hamaca, bajo la parra, bailara en silencio cuando todos corriéramos hacia ella. Tus manos, que se hundían en la tierra cosechando verduras mientras me hablabas del ciclo del tomate, de la hoja de la acelga, perdido en tus ciencias. Ya están quietas, no volverán a sacar el reloj de bolsillo para darle cuerda; ni van a llevar el bastón a tu lado, corrigiendo ese paso distinto, de caderas gastadas, que los años de trabajo te fueron dejando.
Hoy me dijeron que el viejo corazón de a poco se te fue apagando, nunca antes alguien me había dejado; mi alma se ahogó en el aire en un segundo. El tiempo no es suficiente para guardarme tu aroma, recorrer las marcas de tu piel, volver a las madrugadas de invierno en que salíamos juntos al patio, a ver el último resplandor del lucero antes de que el sol se alzara para opacarlo.
Me queda una última vez para mirarte, recorrer tu rostro cansado que al fin descansa; volver a mirar los blancos bigotes, a los que tantas protestas hice, cuando tus besos rozaban mis mejillas. Pasaron quince años y todavía se nota tu ausencia; faltan los asados con lluvia, las clases de plomería y tus domingos de visita. El frente de la casa se quedó triste, no pudo recuperarse; la soledad de la tarde lo está carcomiendo ahora que no llegas con la silla, el vaso con ginebra y la radio de fondo transmitiendo el partido; ahora que los vecinos nuevos pasan de largo por tu vereda, desconociendo las reuniones de amigos que allí se daban.

En tu ausencia se fueron tus pares y hasta perdí un amigo, llegó gente nueva que hubiese querido que conocieras. La vida me fue cambiando, me dio algunos golpes y demasiadas cosas buenas. Todavía hablo de vos seguido; todavía te extraño, abuelo. Todavía, al igual que vos, lloro cuando alguien se va de viaje.

Victoria Montes

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