28 de agosto de 2014

Ajeno

Hay algo que me mira pero no lo veo, sus ojos afilados tocan mi espalda, siento la carne a punto de rasgarse y en la nuca su aliento. En ese arbusto negro detrás de mí está esperando quieto; ningún ave se posa en sus ramas, alrededor no hay mariposas ni insectos, el aire no lo toca, contengo el aliento. Sé que va a venir a buscarme, tengo miedo. Ya no está en el árbol ahora lo tengo dentro, le estoy dando forma, alimentándolo con los terrores de lo que desconocemos. Está viviendo en mi sueño, ya es real, puede olerte y acariciarte el pelo. Ahora te está tocando el hombro derecho.

24 de agosto de 2014

Agoniza el amor

Son algunos demonios
más fuertes que el amor.
Palabras ajenas 
como afilados cuchillos
penetran el corazón,
haciendo de él jirones,
rociando sobre las heridas
el dulce veneno
que penetra y aniquila
lo poco que quedó.

Juego del gato y el ratón,
carrera sin fin de engaños,
trampa y traición.
Toro embravecido 
esperando el embate 
del cobarde matador.
Sobre el tablero
el rey y la reina,
detrás el alfil 
suscitando la separación.

Amor ya no significa nada
cuando escapa de tus labios,
has gastado la palabra,
que sabe amarga en mi boca
cada vez que la nombras.
Tu amor ya no provoca,
vaga exiliado sin dueño,
hazmerreír del corazón,
apedreado por tus besos,
hundido en un rincón.

Victoria Montes

21 de agosto de 2014

Donde habitas

No esperaba verla esa noche, no esperaba verla nunca más. De regreso del cementerio Fran había subido a su cuarto y se había quedado viendo tras la ventana como la tarde de otoño se iba haciendo noche con la mirada perdida en las rocosas formaciones que limitaban la ciudad. Su madre estaba muerta. Tras incontables entradas y salidas del hospital, enfermeras en casa y promesas de recuperación, todo había acabado entre el almuerzo y la merienda, en una tarde de escuela; la risa en el recreo jugando con sus amigos y de pronto el rostro ceniciento de su padre que parecía derrumbarse como un viejo edificio cuando lo fue a buscar.
Fran no se movía, la tristeza infinita lo envolvía por dentro como una tormenta de verano mientras las lágrimas inagotables continuaban cayendo. No podía comprenderlo, no bastaba con sentirlo, necesitaba entender porque a él le había ocurrido esto, quería desvanecerse como una sombra en la noche. Recordó las historias de su abuelo sobre los espíritus y las almas errantes que vagan por la tierra; sin esperar una respuesta, con la voz muy baja preguntó: ¿Estás ahí mamá? Nada se movió dentro o fuera, no hubo sonidos nuevos, el momento se extendió lo suficiente para hacerle saber que estaba solo.
¿Dónde estaba? La carne se podría en el cementerio pero la mujer que lo llenaba de besos por las noches y que lo despertaba con el desayuno en la cama antes de enfermar no era eso; algo faltaba, no todo podía estar muerto. Fran lo sabía, lo sentía en el corazón; abrió la ventana y en un momento estuvo sobre la calle frente a su casa, necesitaba correr y olvidar, y así lo hizo, corrió hasta alejarse lo suficiente del pueblo y alcanzó un campo de trigo maduro sobre el cual se echó a descansar; sólo deseaba que el dolor se detuviera. Lloró sobre la tierra, bajo la luna llena perfecta que se encendía en el cielo oscuro. La respiración entrecortada y el jadeo que las lágrimas le provocaban continuaron por poco más de una hora hasta que finalmente se durmió sobre el sembrado. 

Sintió una mano en el hombro que lo sacudía lento, había aclarado y al girar vio la silueta de una mujer morena de negros cabellos largos que lo miraba sorprendido. Se levantó confundido sin estar muy seguro de cómo había llegado a ese lugar. La mujer habló, se llamaba Itzá y junto a su marido trabajaban en el campo, lo invitó a pasar al rancho que había al final del sembrado sobre la loma. Caminaron juntos en silencio, tomados de la mano. Una vez dentro Itzá le puso una manta sobre los hombros y calentó café para los dos. Se sentó frente a Fran observando por un momento como las manos le temblaban como hojas secas al viento, tenía los ojos hinchados y enrojecidos, estaba pálido.
-¿Cómo llegaste aquí? -le pregunto mientras le acariciaba la cabeza, Fran se incorporó tímidamente y entre sollozos respondió.
-Quería llegar al cementerio…creo, mi mamá… está muerta, quería estar con ella -la voz se le ahogó en un hilo y el llanto volvió con más fuerza.
Itzá se levantó para apartar el café que inundaba la habitación con su aroma. 
-Tu mamá no murió sabes -los ojos verdes de Fran se alzaron hacia los suyos negros con deseo de saber-. Ya no podrás verla pero sigue aquí entre nosotros. Mi abuela me enseñó estas palabras antes de que su alma abandonara su cuerpo.

No te acerques a mi tumba sollozando.
No estoy ahí. No duermo ahí.
Soy como mil vientos soplando.
Soy como un diamante en la nieve, brillando
soy la luz sobre el grano dorado
soy la lluvia gentil del otoño esperado.
Cuando despiertas en la tranquila mañana,
soy la bandada de pájaros que trina,
soy también las estrellas que titilan
mientras cae la noche en tu ventana.
Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando
No estoy ahí, Yo no morí.(*)


Entre lágrimas Fran esbozó una sonrisa que se esfumó como el vapor del café, era bonito pero no era suficiente, no podía verla ni hablar con ella, solo pensarla. Itzá se acercó con pan y el café y se sentó a su lado; en el silencio las almas se fueron conociendo, midiendo los gestos, mirándose por momentos. Fran sentía tranquilidad, por primera vez alguien no lo trataba como un niño y lo llevaba corriendo de un lado al otro sin respetar sus momentos, Itzá le había dado el tiempo para calmarse y dejarlo estar. Cuando acabaron el desayuno ella se ofreció a acompañarlo a su casa, Fran aceptó de inmediato y juntos salieron del rancho. 
El sol estaba subiendo y comenzaba a dorar los granos que como un mar calmo se movían lento con el viento que crecía despacio. Itzá se volvió a buscar algo y Fran esperando solo en medio del campo sintió el sol encendiéndole el rostro, sintió el viento acariciándolo, alzó los ojos sobre el enorme cielo azul manchado de blanco que le ofrecía el infinito para soñar, se conmovió con la bandada de pájaros que despertaron en las ramas del árbol y abriendo sus alas al mismo tiempo, sobre su cabeza se echaron a volar. Por dentro el pecho se le estremeció en silencio, las palabras de Itzá se volvieron poesía escrita en el viento, lo consumió la emoción de lo perfecto. Ella estaba en todas partes y siempre lo acompañaría.



(*) Plegaría indígena.

Victoria Montes

18 de agosto de 2014

Publicación revista Factum, edición aniversario

Los invito a leer el número aniversario de la revista Factum en la cual tuve el agrado de participar con mi relato "La visita". Espero la disfruten


14 de agosto de 2014

Distancias

Hay una mirada
entre tu soledad y la mía.
A tu orgullo y mi orgullo
los divide el rencor.
Hay un viaje
ida y vuelta a la luna
en cada te quiero
que dijimos los dos.
Hay una canción
entre tu primer beso y el mío.
Hay una lágrima 
entre tu adiós y mi adiós.



Victoria Montes

11 de agosto de 2014

Parte de ti

No quisiera ser tus alas
si es que eliges no volar.
No quisiera ser tus ojos
si vas a desviar la mirada
cuando te golpee la realidad.

No quisiera ser tu dios,
si con tus acciones
profanas mi nombre
y te guardas para no dar.

No quisiera ser tu vida
si vas a vivirme 
tan llena de cobardía
con ganas de todo,
menos de ti.

No quisiera ser tu corazón
si en tu latido
la llama no está encendida.
No quisiera ser tu musa
si es que eliges no crear.

No quisiera ser tu alma
si me encierras en una prisión
de viejos recuerdos
y palabras no dichas.

No quisiera ser tu camino
si vas a recorrerme con miedo.
No quisiera ser el problema
donde hallaste las excusas
para abandonarte por completo.

No quisiera ser tu sombra
si esconderte será tu juego.
No quisiera ser tu boca
si van a salir mentiras
como hormigas del hormiguero.

No quisiera ser tus manos
si vas a usarlas como escudo
cuando la máscara caiga
y te señale la vergüenza.

No quisiera ser tu sueño
si sólo se trata de ti mismo,
egoísta y mezquino,
no quisiera así, habitar tu corazón.

No quisiera ser tu conciencia
por la noche cuando duermas
si es que decides 
tomar ventaja sobre el débil,
aprovecharte de su condición.

No quisiera ser la muerte
que en tu búsqueda venga
si es que tu balanza se inclina 
en las oscuras sombras del ser.



Victoria Montes

7 de agosto de 2014

La rueda

La casa me está tomando prisionera. Después que colgué las cortinas nuevas me di cuenta que todas las cosas sin usar metidas en los cajones y tras las puertas de madera me obligan a quedarme encerrada, a cuidarlas y hacerme cargo de ellas. Todo tiene que estar limpio y ventilado, cada objeto se adueñó del lugar como una toma de terreno, tengo que moverme con cautela he comprado tanto que no queda espacio. No puedo deshacerme de todo esto, no es tan fácil, como polvo el recuerdo se ha pegado sobre las fotos, los estantes, los frascos; sobre cada minúscula cosa hay un peso que cuelga de mi corazón. He ido tapando con las compras absurdos momentos de vacío existencial, de ausencias, de angustia y soledad; no han servido más que como remedio inmediato de corta duración. 
Mi vida es una casa sin ruidos, sin pasos ajenos, tan llena de inanimados objetos, ninguno me abraza ni me dice te quiero. La maquinaria se sigue moviendo, en algún rincón alguien está comprando un modelo más nuevo para tirar el que nunca uso, en algún lugar la pila de basura continúa creciendo. Está sobrando en exceso en esta orilla mientras escasea la comida no muy lejos, pero el egoísmo, pilar sobre el que esta raza se eleva, no permite compartir. 
Morirse de hambre, comprarse un saco nuevo, mirar las cortinas que podrían haber sido más claras, tal vez podría ir por un juego nuevo.


Victoria Montes

4 de agosto de 2014

Transformaciones

Como la noche
me consumo en sombras,
de amores pasados
y daños de un tiempo
que se secó.

Como la luna habito sola,
princesa de un reino 
en eternas ruinas,
de un castillo que se derrumba
en las puertas del amor.

Como la ola que muere me hundo
en las profundidades del corazón,
y se mezclan los olores de lo viejo
en la marea que sube
y ahoga la razón.

Como el sonido
estoy viajando lejos,
en un retazo de tiempo,
invisible a los ojos,
sin ninguna dirección.

Como la calma 
sola me encuentro,
ahogando las lágrimas,
fingiendo el momento,
queriendo ser la que no soy.

Como el árbol en otoño
me despojo 
de las culpas y recuerdos,
que crujen y se rompen
con cada paso nuevo.

Como el agua 
rechazo las formas,
y por los rincones me libero
de todo lo que me retiene
prisionera de este cuerpo.

Como un tesoro perdido
en la oscuridad espero
que un rayo de sol me alcance
y me haga brillar de nuevo.


Victoria Montes